La carpintería de los años 80: su abc y adn (parte 2)
Por José Reydecel Calderón O.
A medio día se cerraba el portón de madera del taller porque durante una hora sería la red de la portería de futbol mientras jugábamos tercias a lo largo y ancho de la calle 42 y acueducto; deteniendo un poco el balón para que pasara un carro, o para que pasara una señora cargando su niño o llevando las tortillas de maíz de la tortillería contigua. Un balón largo de casi 20 metros de distancia rebotaba sobre el portón y a veces caía en el jardín de rosas y violetas de nuestra vecina viejita de enfrente; uno de nosotros debía de atreverse a pedirle que nos lo devolviera de buena manera, tardaba un poco, pero al fin nuestra vecina aparecía con una cara de impaciencia y de ya basta, y lo regresaba hacia el lado distinto del que lo pedía; injusto el momento, pero se repetía día tras día. Amigos de nosotros acudían con regularidad a la hora de jugar la cascarita. Sobre el pavimento de la calle, en el cordón de concreto o en los camiones estacionados se estrellaban los huesos de nosotros y los balones: más de una vez y más de unos de nosotros se fracturó un pie, una pierna, o se abrió la cabeza. Sudorosos, jadeantes, colorados, o pálidos, con camiseta o con el torso desnudo, volvíamos a las labores del taller, hacíamos fila para ir a tomar agua, nos secábamos el sudor y de nuevo abríamos de par en par el portón; el portón verde que ahora tenía una franja transversal blanca para marcar la altura reglamentaria de una portería de futbol. La edad media de los integrantes del taller rondaría entonces en los 22 años de edad. Los máistros maestros mayores jugaban con ánimo. Las jóvenes de ventas y de la oficina, las bellas jóvenes, nos echaban porras desde la banqueta.
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