La Carpintería del pueblo en los 90: De azahares y milagros (parte tres)

Por J. Reydecel Calderón O.

Trabajaba ese día soleado en el banco de madera que está al fondo del taller, ensimismado apenas alcancé a ver que alguien entraba por la puerta grande del taller abierta de par en par; con paso firme y marcado avanzó hacia mí:

—¿Qué haces?

—Solo termino este buró

—Y, después?

—No sé…pienso que quizá me deba de ir ya de este lugar…

—No…tus amigos nos hemos ido; pero confiamos en ti… ¡sigue adelante..!

Dio media vuelta y se fue, sin saludar y sin decir adiós, era Kuata, nuestra

Kuata Pérez…

Tiempos difíciles aquellos, apenas unos días antes, Jacqueline Durán, Jaque, que atendía nuestra oficina se había tenido que retirar ante la marea subida de proveedores tesoneros que nos hacían guardia el día entero, los días enteros…

Un día de ese entonces casi junto conmigo llegó al taller con su rítmico balanceo Andrés Rivas, de sonrisa amplia y amable: ¿vamos a ver qué hacemos?, me dijo… Y como viera que nada había qué hacer, ni con qué, concluyó: bueno, hagamos publicidad, vamos casa por casa, con nuestros catálogos viejitos, pero vayamos a otros lugares nuevos, y decidimos ir a la colonia llamada “Las Quintas Carolina”. Y así, comenzamos una nueva era. Largo el trayecto, había que tomar dos camiones urbanos, y al llegar, repartirnos las calles y quedar de vernos en una tiendita de abarrotes. Hacía calor, calor febril y teníamos que dejar la publicidad rondando las 2 pm. Volver al taller y si acaso un rato de descanso, porque era ya muy tarde. Era de sorprender que todos los días hubiera  algo nuevo qué vender, a veces  dos o tres muebles, a veces recámaras enteras, a veces, cocinetas o closets sobre medida para instalar.

Pronto la carga de trabajo nos rebasó y tuvimos que hacer llamados urgentes: Mario Decanini era nuestro amigo de los sábados, buen carpintero, fue nuestro invitado. Mario invitó a Manuel Ibarra Tavizón para que se encargara de la pintura de los muebles. Este fue pues el primer grupo de trabajo que retomó las labores de la mueblería del pueblo.

Incierta la ruta de la diáspora del desierto hubo que esperar noches claras de cielos estrellados para descubrir el norte: La oficina con sus quehaceres se volvió a abrir, Julia Miranda volvió para hacerse cargo. Y ella mismo consiguió personas para las cuestiones fiscales: Luly Miranda y Blanca de Alba Rojo. Los proveedores sabían a dónde dirigirse y exigir sus pagos y facturas. Los clientes siguieron con la seguridad de la entrega del apartado de muebles. Los obreros continuamos cobrando nuestro salario, quizá precario y salteado. Poco a poco empezamos a resolver los asuntos pendientes, así como las deudas, grandes y pequeñas.

La organización temporal para la producción se resolvió con la creación de duplas, tercias y tetraernas de producción , como cuadrillas independientes trabajando las instalaciones, la maquinaria, la oficina, el patio, de manera común. Fue un tiempo muy activo donde nuevos integrantes se allegaron al taller, las tercias se hacían cargo de sus clientes y de sus compras, del manejo de sus ingresos y egresos, y de contratar nuevos ayudantes. Una época nueva comenzaba donde seríamos empresarios mínimos. No teníamos experiencia en el trabajo sobre diseño y medidas específicas, ergonómicas y espaciales. Pero los nuevos tiempos lo exigieron y hubimos de aprender a realizarlo sobre la marcha. La serie, igual y determinada, se había acabado; ahora había que dialogar con la persona física  frente a frente, entenderle y corresponderle.

Algunas cuadrillas se desgajaban y brotaban otras, acordes al trabajo. Al principio, Leonel, Pancho y Hori hacían equipo ; Luego Pancho comenzó de manera individual y se allegó a dos nuevos integrantes, Florencio Ramírez e Isaías (¿) La dupla inicial que formamos Andrés y Reydecel, creció luego con la participación de Mario, Sabino, Manuel, Jaime, Lencho, Adrián, Manuel Padilla, y el Flaco, que al principio había quedado como compañero de Manuel y Sara en las ventas de la mueble, para poder afrontar un nuevo compromiso con la remodelación de una institución federal de la localidad: Sedesol, en avenida Ocampo y Primero de Mayo de esta ciudad: dirigida entonces por el Lic. Athié y por la Lic. Laura Sotelo. La hora de entrada a esa institución que laboraba de manera continua y completa era a las 3 pm. y nuestra hora de salida a las 11.30 pm. Había que reparar los pisos de madera de encino en planta baja y alta, así como escaleras, pasamanos, huellas y peraltes. Rehacer y repintar ventanas y puertas de madera. Y conforme avanzábamos pintar muros y techos con pinturas vinílicas, en exteriores y en interiores. Cada noche había que dejar impecable y ordenado el lugar porque al día siguiente el aparato burocrático debía de trabajar como si nada se hiciera, en su horario de 8 am a 3 pm. En la nueva época y forma de trabajo fue esta oportunidad la primera de gran desafío. La cuadrilla en la práctica terminaba a media noche de trabajar a diario, incluidos los sábados, con el fin de terminar a tiempo. A la salida, los que vivíamos al noroeste de la ciudad nos raiteábamos en la troca común; los del norte, viajaban en taxi. En unas horas más la troca debía de estar en el taller para que otras cuadrillas la usaran, no había más. Intenso el trabajo, el equipo se mostró eficiente y constante y en palabras de los dirigentes de Sedesol, descubrió nuevas áreas y formas en el edificio.

El día doce de diciembre a la hora del lonche recibimos una buena noticia: acababa de nacer el primer nieto de Mateo. Y nuestro primer trabajo fuera de la mueble, también.

Con esta experiencia y otras de buen calado de otras cuadrillas nos aventuramos a negociar nuestras grandes deudas. Con la institución Canafo la primera. Contábamos con Humberto (El Flaco) aún, a nombre de quien estaban los compromisos. El Flaco debía de partir para atender un compromiso familiar, pero antes le dedicó una tarde a dialogar con los ejecutivos de Canafo, volvió tranquilo, con una sonrisa esperanzadora, lo recibirían de nuevo en una semana: El día de la cita me pidió que lo acompañara, ¿cómo no hacerlo? Tomamos el camión urbano enfrente de la mueble y un tanto serios nos acompañamos en el primer asiento libre, serios pero no perdidos. En el centro de la ciudad unas cuantas cuadras caminamos para llegar a las oficinas, no de Canafo, sino del abogado encargado de los embargos. Era la hora de la cita, el Flaco se sentó frente a una mesa redonda y yo procuré alejarme y me arrellané en una banquita de madera como si nada quisiera escuchar. Tras unos tensos minutos apareció el abogado, la cara desencajada y sus manos nerviosas, aventaron, no colocaron, un legajo de planos y papeles sobre aquella mesa. El abogado con voz descompuesta le explicaba a Humberto cómo ni con todas las propiedades podríamos pagar el adeudo. Humberto lo escuchaba y con aplomo le reviró: solo te pido que nos dejes un área para trabajar, ¡solo eso! Cuando escuché la propuesta de Humberto levanté la cabeza y me senté correcto… El licenciado volteó hacia mí y por primera vez me vio, con ojos fulminantes… Toma, me dijo ( me dio un lápiz), marca en el plano qué área necesitan para trabajar… y, yo, con pulso firme y sin decir una palabra, extendí el plano y corrí una línea de lápiz bien marcada, al imaginario centro …No se escuchó una sola palabra más: ¡Váyanse ya..! Nos salimos y en la banqueta nos volteamos a ver el Flaco y yo, ¿qué pasó? Nos preguntamos. ¿Qué pasó Flaco? Es cierto lo que acaba de suceder? No lo sé..!

Mas la confianza y los sueños habían regresado, trabajábamos con alegría y había música, cantos y juego.

Los jóvenes del taller estaban aprendiendo a trabajar a marchas forzadas de modo excelente: Hori y Neri. Y los antiguos enfrentaban retos con nuevas técnicas  como si siempre lo hubieran hecho.

El grupo nuestro, o la cuadrilla nuestra, estaba consiguiendo mucho trabajo y aún resolviendo la estabilidad económica, y decidimos implementar el sistema de trabajo contado, es decir, tanto hacemos tanto pagamos, y así compartimos con otras tercias y al interior; duro sistema…agresivo a veces…se requería para salir del atolladero a pesar de las caras duras y los malos entendidos y pronto hubimos  de  lograr un ahorro pequeño y de pagar deudas en trueque por trabajo, con CFE, con JMAS, con predial, con proveedores de madera, con el Sr. Reza, con clientes a quienes aún se debía su mueble…

El tiempo había hecho su agosto en el edificio de adobe que compartíamos y estaba lleno de enjarres caídos, de muros ladeados, de pisos de hoyos, de puertas caídas, de instalación eléctrica a punto de colapsar, de redes de agua potable y drenaje rotas, y de espacios mal divididos. El equipo de pintura usaba el patio central como taller y en vez de ser un pulmón de aire puro se volvió de aire contaminado con solventes y plomos. Era imposible estar y respirar sin marearse en el cuarto que usábamos de oficina de Julia… un día, July, mareada a más no poder, renunció porque no soportaba… todos lo entendimos, pero no podíamos hacer nada. El antiguo espacio de pintura estaba ocupado por los Señores Álvarez que nos lo habían comprado en abonos para solventar una deuda. La otra parte se ocupaba de tienda y estaba embargada. Nuestro árbol naranjo no dio azahares ni naranjas y a punto estuvo de ser derribado para lograr unos metros más de área trabajo.

Las contadoras encontraban muy difícil dilucidar las cuentas y responder ante el SAT, el IMSS y el INFONAVIT. Había prospectos de trabajo con amplias posibilidades económicas, siempre y cuando estuviera clara y saldada nuestra obligación con las instituciones. Las máquinas, buenas y de patente, no daban abasto y había que armonizarnos con los nuevos horizontes y materiales.

De acuerdo común acudimos un día a las oficinas de Canafo para pedir ser nosotros los primeros ponentes a la hora de hacer efectivo el embargo del terreno de la mueble y el taller. Nos escucharon y nos dieron fecha de una nueva entrevista. Fueron muchas. Nos dieron la oportunidad de comprar todo el terreno antes de salir a embargo. Nos ofrecieron plazos y cantidades. Y en el intermedio habíamos de crear una organización física o moral que nos agrupara y fuera la compradora. Un día de noviembre de 1997 nos decidimos a hacerla. Sería en adelante una sociedad moral bajo el formato de Sociedad de Responsabilidad Limitada Micro Industrial: Taller de Carpintería del Pueblo, S. de R.L.M.I. Fuimos sus integrantes: Andrés Rivas, Mario Decanini, Francisco Romero, Reynaldo Padilla, Jaime Vázquez, Leonel Carrillo, Reydecel Calderón.

De azahares y milagros…muchas gracias..!