De la mueble al taller, un camino de azares y decisiones…
Por J. Reydecel Calderón O.
—¡A la fregada con este mugrero de “no te enojes”! — Mateo agarró la tabla donde estaba trazado el juego de mesa, la aventó con decisión hasta el techo del taller y la quebró en pedazos; no era lunes, era un día entresemana.
—Enójense, si quieren, —dijo— aquí no venimos a jugar, venimos a chingarle, no a perder el tiempo jugando a esa chingadera, cabrones.
Sí. No bastaba que los abogados Leo Zavala y Fidel León hubieran hecho la plataforma legal para recuperar y crecer la propiedad; ni que nosotros tuviéramos la capacidad y la oportunidad económica de pago. Ni que Humberto, el Flaco, como dueño y patrón, hubiera dado su firma y corazón en los trámites necesarios. Se requería de decisiones que sustentaran esta coincidencia azarosa en nuestra historia de trabajadores.
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—Compas, —les dije esa tarde— les pedimos de favor que se retiren de este lugar de trabajo y dejen pintar a Manuel.
Eran de nuevo las 3:00 de la tarde apenas y el pasillo desde la calle Zarco hasta el cuarto de pintura se encontraba flanqueado de los amigos “del traguito” departiendo con Manuel sabrosas caguamas bien heladas. Todos ellos amigos comunes y asiduos clientes de la cantina “la despedida”, de César y de Saláis.
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—Vamos a presentarnos a trabajar ya con los fierros listos— nos dijo Andrés Rivas. Eran las 6:00 p.m. y todos deseábamos retornar a casa.
Hacía tiempo que la gerencia del hotel Sicomoro de la ciudad nos había pedido un proyecto de renovación de sus recámaras e instalaciones: diseño, presupuesto, plan de trabajo; pero el tiempo pasaba y a pesar de su aprobación de palabra, no se hacía realidad en los hechos. “Si no vamos y nos presentamos a trabajar nunca nos llamarán”. Esa tarde la mayoría de los integrantes del taller nos decidimos y en nuestro par de trocas.
Arribamos a la mera caseta de recepción, allí nos detuvieron y llamaron a gerencia; azorado, en minutos apareció el gerente general, licenciado Fausto Contreras:
—¿Qué pasa, muchachos?
—Venimos a comenzar los trabajos.
—¿Hoy?
—Sí, hoy.
—Bien, pues pasen y sólo les pido no invadir los cajones del estacionamiento, quedarse afuera y no molestar a los huéspedes con los ruidos.
Fue tan poco el tiempo y tan grande este desafío que tuvimos que cerrar la oficina y descolgar el teléfono. Y cada uno a lo que había por hacer.
El hotel se componía de 128 habitaciones distribuidas en seis secciones. La renovación la comenzamos sección por sección. Solo había 15 días para cada una. Con mucha buena voluntad y coordinación salimos adelante. Pero las habitaciones no lo eran todo: oficinas, salones, restaurante, cocina, almacenes, bar, lavandería… eran también sus componentes. En estricto sentido fue un trabajo continuo de seis meses; pero se alargó a un año con detalles y aditivas.
Hubo entonces suficiente capacidad económica que dedicamos a reconstruir a fondo la instalación física de la mueble y el taller. Era un paso necesario sin el cual no hubiéramos seguido adelante. Cerramos filas junto a compañeros que volvieron a trabajar con nosotros: Martín Sierra y Arturo González. Jorge Valenzuela y Ángela Siqueiros, nuestros arquitectos, diseñaron y planearon los trabajos de reconstrucción del edificio. Y más adelante se incorporaron a las labores del taller.
Y así, otra vez, como al principio, con viento a favor, el taller de carpintería del pueblo, sociedad de responsabilidad limitada micro industrial (S. de R.L.M.I.) consolidó una nueva época. Gracias a todos.