La buena voluntad
Por J. Reydecel Calderón O.
Un día del mes de mayo de 1979, quizá, Antonio Domínguez y un servidor, trabajábamos haciendo ladrillos en los patios del Señor Rubén Peraza, padre de nuestro amigo y compañero del seminario, de igual nombre. Nuestro trabajo ordinario era de peones en la construcción, en la obra, pero era muy intermitente la ocupación, en esos intervalos, hacíamos ladrillos. Era una labor muy cansada. Separar la tierra a azadón, hacerla poza para batirla con agua, y de ser posible danzar en ella remangados hasta las rodillas, con los pies descalzos, luego batir hasta hacerla moldeable…y dejarla descansar…
…en ese descanso un cigarrito delicado no nos caía mal…sentados sobre los botes del agua platicábamos de todo y de nada, cuando apareció en nuestro patio un muchacho fornido de sonrisa amplia y barba negra tupida, era un conocido nuestro y amigo en el seminario tiempo hacía. Martín Flores, era su nombre. Nos platicó que trabajaba en una mueblería de la ciudad y las grandes ventas que en ella lograba. Así como el conocimiento de la función mueblera había obtenido. Pero hoy iba a platicar con nosotros sobre su anhelo y decisión de trabajar en algo que fuera acorde a su vida de compromiso con los demás.
De alguna manera nos pidió trabajar con nosotros en esos patios y en esas fachas, pero no era nuestro el trabajo ni creímos que fuera apropiado para él, dada su experiencia y conocimientos. Le propusimos que buscara a la comunidad formada en la Col. Alfredo Chávez, donde algunos exseminaristas eran integrantes y pretendían organizarse para hacer una empresa comunitaria de fabricación y venta de muebles al público. Tomó nota. No supimos más de él; pero al tiempo apareció como encargado de las ventas de la recién creada mueblería del pueblo.
Unos años después nosotros llegamos a colaborar con la mueblería en su nuevo edificio de la calle 42 y Zarco, pero Martín Flores ya no estaba involucrado en el proyecto. En las juntas de la mueble se comentaba que las diferencias entre ellos habían surgido en el momento en que Martín, dadas las altas ventas, pretendió obtener un mayor salario que los carpinteros y pintores; y de una injusta exigencia de más aplicación en la fabricación para dar abasto al mercado creciente. Un poco difícil era para mí entender los por qué; tanto Martín como los demás integrantes del pueblo eran buenas personas y de buena voluntad. Los dineros no alcanzaban para el pago de proveedores y deudas, para el pago de los salarios y para compensar la separación de Martín. Era un pesado lastre. En otra reunión me pidieron que dialogara con él a fin de mejorar las condiciones de pago. Yo accedí. Localicé a Martín y me atendió de inmediato en el local de su reciente mueblería. Le comenté la verdad, que estaba siendo muy pesado cumplir el compromiso económico con él por su separación. Él me dijo que era un acuerdo común en una reunión donde estuvieron todos presentes; pero que él entendía la situación y de nuevo nos pedía que le hiciéramos una propuesta más ajustada a la realidad. Me comentó que aún pensaba lo mismo que antes con respecto a sus motivos: falta de aplicación al trabajo en los talleres. Y la injusta decisión de tasar el mismo salario para todos. La mueble hizo una nueva propuesta, y aún siendo más llevadera, era difícil de cumplir. La indefinición era un lastre que se empezaba a arrastrar y que se pudo solucionar gracias a todos y a su buena voluntad.