Lety Castillo: “Mueblería del Pueblo, Universidad de la Vida”

Por Lety Castillo

En 1985 cuando estaba por terminar mis estudios universitarios de Contador Público en la UACH fui invitada por Reydecel Calderón a trabajar en la Mueblería del Pueblo.

Para ese entonces yo estaba trabajando en La Procura, un espacio en el que mi trabajo consistía en llevar algo de contabilidad y colaborar en todo lo necesario para hacer llegar apoyos a los indígenas de la Sierra Tarahumara a través de las obras de los sacerdotes jesuitas y no jesuitas, así como también religiosas que trabajaban en distintos lugares de la sierra. En algún tiempo a Reydecel y a mí nos tocó ser compañeros de trabajo en la Procura ya que él también trabajó por ese lugar.

Una de las veces que visitó la Procura me comentó del trabajo que estaba realizando en la Mueblería del Pueblo y el sentido que para él tenía lo que hacían. Al poco tiempo ya más formalmente me invitó a trabajar en la Mueblería coincidiendo con que yo ya tenía ganas de cambiar de aires, pero sobre todo de darle más sentido a mi profesión.

Recuerdo que fue en los primeros días de marzo cuando arribé a la Mueblería. Pregunté por Reydecel desde luego, ya él se encargó de presentarme a Humberto Lozano “El Flaco” y a María Luisa Pérez “La Kuata” que eran quienes en ese momento estaban al frente de la parte administrativa que es a donde yo fui invitada a trabajar. Me mostraron la oficina, el área de ventas, el taller de pintura y el taller de carpintería. En ese recorrido fui conociendo a cada uno de los que serían mis compañeros de trabajo. En ventas estaba una chica Lupita Márquez, en el taller de pintura Don Ruperto, “Don Ruper”, Reynaldo Padilla “Mateo”, José Luis González “Pere” y Lorenzo Hernández “Lencho. En el taller de carpintería el grupo más grande: “El maistro” Martin Sierra, Jaime Vázquez “La Liebre”,  Adolfo Decanini “El Chip”, Juan Cruz, Sabino Medrano, Monserrat Domínguez “Chacho”, Prisciliano Domínguez “El Prisi”, Leonel Carrillo “El León”, Ismael Sustaita “El Mono, Manuel Sifuentes “El Jamelgo”, Fernando Sierra “El Fernis”, Francisco Romero “Panchito” y Reydecel Calderón “Rey”. No recuerdo si Cruz Hernández “El Banana” llegó después de mi o ya estaba para ese entonces. Mario Decanini y “El Borre” ciertamente llegaron después. Únicamente había dos mujeres en aquel “club de tobi” lleno de varones…

Mi primera impresión fue totalmente ajena a lo que espera alguien que está terminando una carrera universitaria. De entrada, el lugar, que anteriormente había sido una funeraria, así recordaba yo a la  Zarco y 42 “Funerales Cruz”, me encuentro con un lugar lleno de vida. El Flaco y la Kuata me reciben con una sonrisa a flor de piel que me invitaba a quedarme. En el taller de pintura felices, no sé si por los olores típicos de la pintura, y en el taller de carpintería, con la música a todo vuelo cantando y trabajando.

Cuando se me indicó el trabajo que debía realizar: “¡¡oh sorpresa!!” los archiveros contenían balones de futbol y uniformes, herramientas y otras cosas menos papeles. Todo estaba en una caja grande de esas de cigarros “faros” donde iban guardando los depósitos de las ventas diarias, así como las facturas que realizaban al efectuar sus ventas. Fue impactante descubrir que el valor monetario no existía en ese lugar sino el valor del trabajo y la sana convivencia.

Desde luego, hubo que empezar por ordenar papeles y armar la contabilidad para que la empresa “Mueblería del Pueblo” pudiera funcionar de acuerdo a lo que la Secretaría de Hacienda exigía en ese tiempo.

Afortunadamente me encontré con personas de gran calidad y solidaridad, ya que para poder realizar el trabajo y lograr poner orden se requería del apoyo de los compañeros y hubo necesidad de quedarse después de horas de trabajo… Se repartió trabajo entre administrativos y algunos del taller que se solidarizaron para sacar adelante la chamba de papeleo… trabajo poco querido, pero si comprendido.

Poco a poco fui descubriendo en cada uno de los compañeros: primero el por qué la mayoría tenían un “sobrenombre”  y yo tanto que tardé en aprenderme el nombre de “La Liebre”, por ejemplo, y así de algunos otros compañeros; pero algo que me llamó más  la atención fue su compañerismo, ese caminar juntos en una misma dirección, siempre buscando apoyarse unos a otros, enseñarse unos a otros. Estaba “El maistro” Martín Sierra, maestro de carpintería de todos, y así todos siempre amables, sonrientes, simpáticos, “ocurrentes”. Apasionados del futbol.

Al poco tiempo Lupita dejó de trabajar en la Mueblería y llegaron dos chicas jovencitas que solicitaron hacer sus prácticas ya que habían estudiado secretariado, hicieron crecer el número de mujeres. Jaqueline Durán y Griselda Cervantes. “Jaque y Gris”. Dos chicas divinas llenas de ternura y ganas de aprender. Jaque se quedó en la parte administrativa y se convirtió en una excelente auxiliar de contabilidad. Gris terminó sus prácticas y decidió no continuar en la Mueblería. Al poco tiempo llegó otra chica de hermosa sonrisa y gran corazón, de nombre Julia “July” quien pasó al área de ventas, también con excelente iniciativa y buenísima para convencer a los clientes. Fueron nuestros ángeles caídos del cielo…

Durante mi estancia en la Mueblería se fabricaban muebles en serie. Recámaras, comedores, bases para cama, roperos, cómodas, fundamentalmente. El trabajo del taller hacia honor a su slogan “El trabajo del pueblo al servicio del pueblo”. Todo lo que se fabricaba lo adquiría la gente del pueblo, principalmente de las colonias clase media o media baja de la ciudad. Se manejaba el sistema de apartado o compras al contado. Se contaba con dos vehículos: Un camión de los que llaman ¾ para la compra de materia prima y una troquita para la entrega de las ventas; en ellas, felizmente se entregaba la mercancía y la gente que compraba felizmente recibía su tan esperado mueble.

Estas dos situaciones generaban en mí el sentido que iba teniendo mi trabajo. Sentía que le podía poner alma a los números al ver la cara de contento de los entregadores de muebles quienes formaban parte de un equipo que humanamente fabricaba felicidad.

Me quedaba claro que lo que nos hacía fuerte era nuestro trabajo. Todas las áreas tenían el mismo valor, tanto que todos ganábamos lo mismo. Administrativos, carpinteros y pintores.

Fue creciendo la demanda de muebles que fue necesario el apoyo de talleres de pintura y carpintería en diversas colonias (Villa Nueva, Alfredo Chávez, misma Zarco, Lealtad, etc). Ya el grupo crecía hacia afuera de la Mueblería, y aunque no trabajaban dentro del edificio eran tratados como si lo estuvieran; se les daba toda la confianza para que se sintieran en casa. Cada sábado se hacía cuentas del trabajo realizado para pagarse y era común, después de terminar la semana de trabajo, organizarse entre todos para la discada sabatina y compartir con los compañeros de los talleres de fuera. Siempre mostrando gentiliza y respeto entre todos.

Se instaló un comedor para que no se necesitara llevar “lonche” y fuera un aporte más a la economía familiar el que pudiéramos comer ahí mismo. La estufa hecha de herrería entiendo que por el taller de herrería de la Lealtad y nuestra mesa de comer era la misma mesa de ping pong que igual nos reunía a la suculenta comida, nuestras reuniones menusales, como al famoso torneo; donde descubrí geniales jugadores de ping pong. Nuestro querido Liebre, el maitro Martín entre otros…Llegó Socorro Armenta “Soco” a chiplearnos con sus guisos, posteriormente llegó “Tomasita” mamá de Julia e igual de sonriente, amable, un encanto de mujer, también estuvo Petrita esposa de Sabino y después Aída con quien ya no me tocó convivir tanto.

Aunque mi trabajo fundamental era la contabilidad, al tener a mi auxiliar estrella “Jaque” sentía la necesidad de hacer algo más que números y papeles y surgió la idea de poder vender muebles en otra parte, ya que se venían tiempos difíciles en las economías de los clientes y por ende para la Mueblería. Había que chivear, así que surgió la idea de vender muebles en otra parte y que se les pudiera descontar de su nómina a los compradores. Era un ingreso semanal seguro. Algo así como lo hace FONACOT de manera más institucionalizada. Así que nos aventamos la Kuata y una servidora a visitar la planta “Celulosa de Chihuahua” en Anáhuac y gracias a que se tenía como contacto al Secretario General del Sindicato,Sr. Guadalupe Piñón -hablamos de más de 600 empleados- también hubo una segunda entrevista con el Director General un Sr. Guiglielmina, amigo y antiguo vecino de Lorelei Servin “nuestra Lore” quien también ya estaba colaborando en labores administrativas y ventas, por ser vecino y amigo de la Familia Servin ,  nos tocó ir juntas a la casa de ese señor que recuerdo era una mesa de comedor kilométrica en una casa de igual manera. Nos recibió muy amable, nos escuchó y aprobó nuestra solicitud y así fue como nos permitieron hacer la campaña en Anáhuac, Chih. con los empleados de la empresa, facilitándonos su salón de reuniones que era grandísimo y poner ahí nuestra sala de exhibición para que los trabajadores de la planta junto con sus esposas, conocieran el trabajo de la Mueblería y se animaran a adquirir los productos. Esa campaña fue todo un éxito. Hicimos equipo Lorelei Servin, Socorro Armenta y una servidora. Nos dio asilo el Padre Camilo Daniel quien estaba de párroco en Anáhuac y consiguió que durmiéramos en casa de unas religiosas cerca de la casa parroquial. Fue un equipo de trabajo formidable de las tres mujeres apoyadas desde luego por todo el taller y los administrativos de la Mueblería. No se diga los entregadores que en la troca grande nos surtían los muebles que día a día les eran requeridos.

Nos hacía muy feliz que las esposas de los trabajadores de la planta nos felicitaban por haber ido a ofrecer los muebles y con su gran alegría nos decían que estaban disfrutando su mueble en lugar de que ese dinero fuera a parar a la cantina… ésta entre otras anécdotas que hubo en esa campaña. Mucho trabajo para el taller y desde luego semanalmente había recursos para los pagos a proveedores y salarios.

Posteriormente surgió la idea de abrir una sucursal en Anáhuac, animados por el Padre Camilo Daniel, para que la gente de las rancherías o pueblos aledaños que él mismo visitaba, también tuvieran oportunidad de adquirir los muebles fabricados por los compañeros de la Mueblería.

En Anáhuac quedo instalada una Mueblería del Pueblo al frente de una chica de nombre Elsa García quien llegó de Colombia y nos solicitó trabajo y ella aceptó vivir en Anáhuac y encargarse de la misma Mueblería.

Se abrió una sucursal también en la calle Libertad y 19, cerca de la Librería La Prensa. Este espacio dio oportunidades de trabajo a otras compañeras y desde luego la fabricación de muebles en serie no paraba en el Taller. En ese tiempo, en el taller de herrería de la colonia Lealtad inspirado por Antonio Domínguez “El Marras”, se fabricaban los antecomedores tan vendidos y bien hechos cuyo nombre serían “Marraquesch” que en la Mueblería de “La Liber” eran muy bien aceptados por los clientes. Por ahí estuvieron como vendedoras Rosy Contreras, Ofelia González “La Ofe” , Sara Castañon y Amalia Soto.  A Lorelei Servín y Tita Calderón también les tocó estar juntas en “La Liber”. A la Kuata, al Flaco y a una servidora también nos tocó estar un rato en ventas en ese local ya que procurábamos rotar y así tomar aires nuevos.

Todo este ir y venir durante mis 7 años de estancia en la Mueblería del Pueblo se convirtieron en mi maestría y mi doctorado ya que para mí fueron de gran enseñanza “¡aprendí tanto durante todo ese tiempo!” En ninguna universidad se aprende a ser solidarios, amables, respetuosos, justos, empáticos, fraternos, incluyentes, etc.  Por todo esto considero desde mi experiencia, que para mí la “Mueblería del Pueblo” es y fue como la “Universidad de la Vida”.

Lety Castillo.