Andrés Carrillo: nunca olvidaré esta experiencia, marcó mi vida como obrero
Por Andrés Carrillo González
— Este será un intento de narrativa sobre la experiencia en la mueblería del Pueblo.
Cuando decidí salir del seminario me vine a radicar a la ciudad de Chihuahua donde tenía más posibilidad de desarrollarme ya que aquí deje muchos amigos que ya estaban trabajando y como quiera más asentados en la vida citadina que yo quien apenas estaba afrontando el reto de enfrentarme a la vida sin vivir dentro de la formación sacerdotal.
El reto estaba y había que asumirlo con precaución y con entusiasmo puesto que se estaba ante la experiencia nueva de sobrevivir y de demostrarme a mí mismo que podía desarrollarme con mis propias habilidades y capacidades adquiridas en los doce años de formación en el seminario.
La oportunidad se me presentó en una carpintería que hacía muebles económicos para mueblerías de la ciudad. Ahí aprendí a resanar y a pintar los muebles, eran cómodas para guardar ropa y con un espejo para peinarse. Esa fue mi primer experiencia y contacto con un trabajo formal que requería precisión, dedicación y responsabilidad de parte mía.
En esa carpintería solo estuve unos quince días porque ya previo a mi “capacitación” ya había entablado platicas con los integrantes de la Carpintería del Pueblo que eran unos ex seminaristas y otra raza que vivían en una colonia de la periferia quienes habían cristalizado la idea de una cooperativa productiva en la que todos trabajaban para obtener un ingreso y con él sacar adelante a sus familias.
Yo lo que deseaba era trabajar en algo y ellos me propusieron que me dedicara a la pintura de muebles que era una de las áreas que no contaba el taller y que otra raza les maquilaba para tener muebles presentables para ofertarlos en la mueblería del Pueblo. Fue por eso que tuve que ir a un taller ajeno a aprender lo esencial de la pintura: resanar, pulir con lija, fondear y al final pintar los muebles de madera que ahí se fabricaban por los integrantes de la cooperativa.
Con algo ya de conocimientos de como pintar y preparar los muebles de madera me presente con los compas de la Carpintería del Pueblo y ¡a darle a la pintura! El primer día resulto sin trabajo porque no había nada con que resanar, ni cabeza para el aire. Se tuvo que comprar los accesorios para establecer el área de la pintura. Como no había mucho dinero, en lugar de un compresor de aire, se adquirió una cabeza de motor que expulsaba aire de manera discontinua pero al menos tenía ya con que empezar mi trabajo de pintor de muebles.
Fue así que con esos accesorios de pintura tan rústicos echamos a andar la pintura. Lo primero que pinte fue una recamara matrimonial que constaba de cabecera y buros. Como fue la primera recamara que pintaba he de confesar que me quedo muy negra por la demasiada “mancha” que le puse para darle el toque final con la laca para muebles. – No te preocupes, me dijo Martin Flores el administrador, hay clientes para todos los tipos de muebles y colores. Ya verás que a alguien le va a gustar esa recamara. Y dicho y hecho, un día que llego a la mueblería y ya no veo la recamara, la había adquirido un señor de uno de los ranchos por aquí cercas de la ciudad.
Como todo en la vida me fui poniendo más listo en la pintura de tal forma que luego pintábamos unas recamaras de color “hueso”. Eran pintadas de color blanco con una mancha medio amarillo muy bajito que al final del trabajo daba la impresión de ser de hueso. Se vendían muy bien y como pan caliente había muchos pedidos y teníamos que darnos “carrilla” para satisfacer la demanda que tuvo ese modelo de mueble.
En cuanto al salario o la remuneración me dijo Martin – Aquí se paga lo que se necesita para sacar adelante la familia o los gastos que tenga que satisfacer cada uno de los miembros del equipo. A mí me sorprendió eso que me dijo porque yo esperaba que me asignara una cuota semanal. Como yo no tenía muchos gastos me tabularon con una cantidad moderada, menor a la que ganaba el resto de los integrantes del equipo quienes ya tenían una familia a quien alimentar y darle escuela. Me pareció bien la remuneración a la que me hice acreedor. Con el tiempo lo del sueldo mejoro satisfactoriamente, quizás porque la calidad de la pintura ya tenía un buen aprecio de parte de los clientes y se vendían bien los muebles.
El ambiente era muy agradable, había mucha libertad de espíritu, todos trabajábamos a nuestro ritmo, unos más acelerados que otros, otros solo daban vueltas al taller, salían y entraban, dejaban de hacer lo que estaban haciendo y luego volvían y lo terminaban. Siempre hubo buena camaradería entre los que trabajábamos en el taller. Los ratos de platica era muy sabrosa, cada quien aportaba sus ideas y otros las refutaban en buen plan sin llegar a agredir a quien estaba exponiendo. El flaco Humberto era el que llevaba la batuta en los temas que ahí se ponían en la mesa de la plática. El ambiente era muy alegre, bromas a cada rato sobre cualquier punto de interés, había un radio que se ponía en una estación que nos deleitaba con sus melodías de actualidad.
Recuerdo que la hora de la comida era sagrada, todos puntualmente a la una de la tarde dejábamos las herramientas de trabajo para prepararnos a comer lo que las esposas les preparaban de lonche, claro los que tenían mujer. Los que no teníamos poníamos lo que nos preparábamos en nuestras casas. Se hacia la colecta para los refrescos, los aguacates y las tortillas, además del tomate y la cebolla, estas últimas no faltaban. Yo me acuerdo que llevaba dos panes blancos con huevo o con frijoles y huevo. Era un rato de mucha convivencia porque nos juntábamos alrededor de uno de los bancos de trabajo que limpiábamos para la ocasión. Todos compartíamos el lonche, unos comíamos burritos, otros lonches y quien más preparaba unos tacos de aguacate con tomate, cebolla y chile serrano. ¡Ah que comilonas aquellas entre sorbo y sorbo de soda, CocaCola!
Como teníamos una hora para comer después de los sagrados alimentos había tiempo para divertirnos con el famoso “cuatro”. Hacíamos unos hoyos a cierta distancia y con rondanas de tamaño regular nos poníamos a vacilar con el cuatro. Era padre porque había retas, el más vago para ese entretenimiento era el Prisciliano, muy seguido nos ganaba, tenía buen brazo para clavar las rondanas en los hoyos.
Después de la comida o de la hora del lonche, volvíamos al trabajo a darle otro rato. Recuerdo que había hora de entrada, pero no una hora de salida. Nos agarraba lo oscuro de la noche y todos seguíamos dándole duro al trabajo entre risas y comentarios agradables que hacía más placentero el rato de trabajo. Pero a eso de las seis había un “breake”, era la hora del pan de dulce con algo de refresco que alguien compraba con la coperacha que hacíamos de nuestros bolsillos. O en ocasiones el administrador Martin se ponía guapo y “pichaba” el pan y los refrescos bien helados. Como dije anteriormente la hora de salida era ya de noche, quizás después de las ocho, ya cuando estaba oscuro. Como que alguien decía ya es hora de cerrar y todos dejábamos las herramientas para el día siguiente.
Las entradas de dinero al principio eran muy raquíticas, se vendía poco. Lo que más estaba en exhibición eran recamaras de varios tipos, colchones individuales y matrimoniales, además se ponían a la venta comedores que llevaban algo de trabajo de torno. Se tenían pocos proveedores de muebles como calentadores de gas y petróleo y alguna otra cosa más. Sin embargo, poco a poco la mueblería iba adquiriendo prestigio entre la población sobre todo la gente de escasos recursos que veía que dicha mueblería era un buen sitio para adquirir los muebles para sus casas ya que estaban bien hechos con madera y el precio era de lo más accesible.
Conforme las entradas de dinero eran mejor se pudo comprar ya un compresor de aire de varias cabezas que ayudaba mucho para darle un buen término a las piezas que pintábamos. Así mismo, se logro juntar una buena cantidad de dinero con la que se compró herramienta y máquinas de mayor potencia para la carpintería. Tengo entendido que fue como una especie de apoyo que alguna asociación o grupo de industriales quienes facilitaron las cosas para adquirir el nuevo equipo. Aquello ya era una carpintería en forma, los trabajos tenían más calidad y con más precisión y rapidez se hacían los muebles que luego se vendían en la parte frontal del inmueble.
Como aquello iba creciendo con una rapidez inusitada hubo necesidad de contratar a un ayudante y aprendiz de pintura para eso yo invité a Villagrán, un amigo de la colonia Lealtad donde vivíamos algunos compas ex seminaristas. Villita, como le decíamos por cariño, agarro muy rápido el oficio del pintor y entonces entre los dos sacábamos los muebles para la venta. Villita siempre ha sido muy jocoso y divertido, a todo le sacaba chiste y nos la pasábamos muy padre trabajando y platicando de todo lo que se nos ocurría o lo que veíamos en los demás compañeros.
El área de pintura siempre fue importante en el desarrollo y crecimiento de la Carpintería del Pueblo. Era el sitio donde se le daba los acabados finos para que luciera el producto de los carpinteros y hacia que los muebles se vieran bien de tal manera que el cliente, al final, adquiría un buen producto, un mueble para su casa y su familia.
Fue una época muy padre el trabajar con esa raza y con esos propósitos de camaradería y de un cooperativismo humano. Los objetivos eran producir con calidad productos que se pudieran ofrecer al público consumidor a un buen precio; realizar un trabajo con la idea de crecimiento dándole el toque personal, no por un salario o por esclavizarse. Era así como el trabajo se convertía en algo productivo y llevado con alegría durante los días de la semana.
Estoy harto agradecido con los compañeros: el flaco Humberto, Martin Flores, Lorenzo el chofer, Prisciliano, el maestro Martin, Leonel y Villagrán. Ellos me arroparon y me apoyaron cuando yo más necesite de un trabajo para salir adelante en mi nueva vida de seglar. Esa experiencia nunca se me va a olvidar, creo que marco mi vida de obrero, me hizo responsable y derecho en lo que realizaba como trabajador.
Bueno, espero que esto de una idea de la experiencia de mis inicios como obrero en una empresa que también apenas iniciaba a probar suerte como cooperativa y en el servicio del pueblo.