La mueble se hizo a la mar con viento a favor

LA MUEBLE, EL NAVIO

Por J. Reydecel Calderón O.

La estrella del norte era clara para los tripulantes y solo había que navegar al horizonte para alcanzar la alta mar. Había olas grandes, sin embargo, que golpeaban su estructura y la desequilibraban.

La mueble había crecido muy rápido y contraído créditos para adquirir su nuevo edificio, así como para  repararlo y adecuarlo para industria y comercio. Los donativos y apoyos que recibió de instituciones y de personas de buena voluntad no bastaron para comenzar la empresa de fabricar y vender.  Organizados ante hacienda como patrón con actividad empresarial conjuntamos las dos actividades.

La dirección era de Humberto Lozano, que fungía como patrón. Y él a su vez se apoyaba en un equipo o junta de gobierno formado por Lorenzo Armenta y por Mario Leonel Carrillo. La carpintería era guiada por Martín Sierra J. y por Priscliano Domínguez. La pintura por Manuel Sifuentes y por Reynaldo Padilla Lara. Todos de buena técnica  y de mucha experiencia  y juventud. Las ventas por Xóchitl Armenta y Alberto (no recuerdo su apellido), y por Frank (tampoco recuerdo su apellido). La labor de secretaria era atendida por Socorro Decanini Medina.

La mueble fue exigida en grande y hubo que pensar en pedir ayuda profesional. Navegar en la alta mar era un reto mayor. Necesitábamos quien supiera dialogar  con las instituciones de comercio y de finanzas, y con las de los trabajadores. Y quién con la hacienda pública y la interna. Invitamos para el caso a un amigo nuestro de nombre Francisco Trevizo, ex seminarista, y ahora con una carrera recién terminada de contaduría. Solo unos meses colaboró con nosotros. El fue nuestro primer contador.

En mis tiempos de estudiante de preparatoria había conocido a un matrimonio formado por la abogada María Luisa Pérez y por el contador Luis Arturo Pérez. Ambos maestros y cofundadores de la preparatoria Centro de estudios Generales, junto con sacerdotes católicos de la Compañía de Jesús. Ellos contaban con un alto grado de conocimiento de empresas y ambos tenían y vivían un gran compromiso social. Eran personas  revolucionarias y trabajadoras. Habían renunciado a su status acomodado y vivían de manera sencilla y pobre en una casa del barrio Cerro de la Cruz de esta ciudad de Chihuahua. A ellos, pero en particular, a él, por ser contador público y gerente de un almacén de abarrotes, lo propuse ante la junta de gobierno de la mueble, para ser colaborador de nosotros en la organización de las cuentas y de las ventas. Yo sentía que la propuesta era muy aventurada y lejana, pero mis compañeros de la junta de gobierno, la tomaron en serio, y ellos mismos por su cuenta los visitaron y comenzaron el diálogo. No supe de los avances hasta que un buen día me encontré en la mueble con María Luisa Pérez, la Kuata, quien en adelante sería nuestra compañera. Juntos habían advertido que  prioritario a  la contabilidad era la dirección y la visión de la empresa. Bienvenida Kuata.

En los meses subsecuentes se hizo patente una y otra vez la necesidad de ordenar y contar los ingresos y los egresos, así como de responder a los requerimientos de la hacienda pública. La necesidad de cubrir con regularidad los salarios de todos y el acceso a la seguridad social y a la vivienda.  El navío de la mueble iba a todo vapor y nosotros  creíamos en él y en su rumbo. En otros tiempos, lejanos ya, había yo trabajado como ayudante de almacén en una institución católica de la tarahumara, que conseguía apoyos económicos y materiales para obras de beneficiencia  en la misión y vicariato de la tarahumara; y que realizaba una labor de comunicación importante y casi única entre los misioneros de entonces. Que atendía necesidades de salud y hasta personales de los sacerdotes y religiosas. La Procura, era su nombre  de batalla. Protarahumara, era el oficial. Era una institución muy valorada y útil en la vida de la iglesia católica de la sierra. Allí había conocido a una persona mujer muy destacada y trabajadora, clave en la organización, que estaba a un punto de terminar sus estudios de contabilidad y administración en la UACH. Éramos amigos y sabía yo de su intención de buscar caminos nuevos que comprometieran su vida y su carrera.  A ella, Leticia Castillo Márquez, la propuse, con entusiasmo pero con temor, ante la junta de la mueble para que fuera nuestra colaboradora  en las cuentas de la mueble. Lejana se veía la estrella. Esta vez la junta del taller no se avocó al diálogo, sino que me envió a mí mismo a iniciarlo. Toqué las puertas de la procura y se me cerraba la garganta. Fui hasta el  escritorio de mi amistad, Leticia, Lety,  ante la vista de todos y de su propio jefe, el Padre Jesuita Edmundo Vallejo, le presenté la invitación que de la mueble del pueblo le llevaba. Unos meses de pláticas intermitentes y al fin un día Lety se decidió a  navegar en nuestro navío: la mueblería del pueblo.

Con capitanes y tripulación completa un día de marzo de 1985 navegábamos juntos por la alta mar.