Lore Servín: La inolvidable Mueblería del Pueblo

Por Lorelei Servín Herrera

Es un gran gusto para mi participar con un breve texto sobre La Mueblería del Pueblo. Comenzaré primero señalando que por ahí del año 1982-1983 Gaby mi hermana y yo, por azares de la vida conocimos a los muchachos que vivían en La Lealtad, también a los chavos que vivían la Sierra Tarahumara, y desde luego a todo el grupo de La Mueblería del Pueblo.

Fue un tiempo asombroso para nosotras al conocer a gente tan sencilla, buena, generosa, y sobre todo con una maravillosa visión incluyente donde admirábamos el trabajo solidario y colectivo de todos ellos. Nos parecía como una utopía hecha realidad. Así fue como por años seguimos entretejiendo una amistad sincera que muy ciertamente nos unió para siempre.

En ese entonces yo estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. Sin embargo, traía sembrado en mi corazón la “espinita” de seguir de alguna forma a ese grupo de amigos. Y así fue. Por esos años decidí irme a la Sierra Tarahumara de Laica voluntaria a un pueblo llamado Rowérachi, como así lo hacían muchas otras chicas de mi edad que por aquel tiempo allá estaban. Estuve trabajando en la Sierra de 1985 a 1987, un tiempo para mi maravilloso de aprendizajes con y junto a los Rarámuri.

Al decidir regresar a la ciudad de Chihuahua a casa con mis padres, venía yo muy triste por dejar la Tarahumara, pero además más no tenía trabajo. Y en uno de esos días me fue a visitar a mi casa Reydecel Calderón para invitarme a cenar unos “taquitos de papa” de un puesto ubicado al lado del Parque Infantil. Nunca olvidaré que Rey tan solidariamente me apoyo con palabras de ánimo, pero además me compartió una parte de su salario mensual para que yo emprendiera de nuevo mi estancia en la ciudad. Y mi agradecimiento fue todo ese conjunto de gestos de su amistad tan valiosa.

No pasó mucho tiempo en el que de pronto mi amiga querida Lety Castillo me invitó a trabajar a La Mueble, y mi quehacer era laborar como ayudante en la contabilidad de esta empresa tan solidaria. Yo no sabía casi nada de ese trabajo, pero ella junto con María Luisa Pérez “La Cuata” y Humberto Lozano “El Flaco” me fueron ayudando para aprender de ellos la importante labor administrativa, mientras que el resto de los carpinteros y pintores eran el pilar del trabajo que daba empleo y salario para todos en conjunto.

Yo como ayudante de contabilidad y ventas les apoyaba en cosas muy sencillas que Lety Castillo pacientemente me enseñaba. Aprendí tanto de ella que ponía mi mayor atención y mi mejor esfuerzo para hacer facturas, pólizas, auxiliar en ventas, y dar atención a clientes en ese bellísimo local antiguo construido de adobe y con patio en medio.

El horario de trabajo era “corrido”, así que a medio día mi querida Soco Márquez, viuda de Lorenzo Armenta quien fuera uno de los fundadores de La Mueblería del Pueblo, era quien nos preparaba una deliciosa comida a todos y todas. Hacia milagros al convertir unos sencillos platillos en deliciosos manjares. Así lo recuerdo. Fue de ella (y de La Ofelia González de la Col. Lealtad II) de quienes aprendí a sazonar los alimentos con diversos tipos de condimentos que le daban un toque exquisito de sabor a la comida. Soco y yo nos llamábamos mutuamente como “Comadres” sin serlo, y no me acuerdo ni porqué. Pero ella con su amistad y cariño me robó el corazón.

Otro de los trabajos en que apoyé a La Cuata Pérez y a Lety Castillo fue en trasladarnos a “Los Corrales”. Este era un pequeño rancho donde se engordaba al ganado perteneciente a Don Lorenzo Pérez, padre de La Cuata. Estaba ubicado casi a las afueras de la ciudad de Chihuahua y tenía una tranquilidad maravillosa. Ahí estuvimos más o menos durante 1 mes con el único objetivo de que nosotras tuviéramos toda la concentración necesaria para trabajar ordenando los documentos obligatorios por la Secretaría de Hacienda (SAT) para presentar la Declaración Anual de la Mueblería del Pueblo. Había que hacer las cosas bien hechas…¡¡..Cuanto recuerdo a La Cuata Pérez como una mujer magnífica, disciplinada, resuelta, fuerte, comprometida y muy alegre….¡¡…

Pasó el tiempo y algunos meses después se decidió la apertura de una sucursal en la calle Libertad ubicada en el centro de la ciudad de Chihuahua. Fue una excelente idea para promocionar y ampliarlas ventas del principal objetivo de esta empresa que era el trabajo de los carpinteros y pintores, quienes con el esfuerzo de todos ellos nos manteníamos económicamente. Ellos fabricaban excelentes bases de cama, buros, roperos, cómodas, comedores, y si bien recuerdo también se vendían los juegos de salas que fabricaba un buen y querido amigo, Jesús Guillen. Ahí en ventas estábamos Lety Castillo, mi queridísima Tita Calderón Ochoa quien en ese tiempo era estudiante de la Licenciatura de Contabilidad y Administración de la UACH, y yo. Tita con sus conocimientos y su enorme sencillez me ayudó y enseñó mucho. Cuanto le agradezco. Ella es una mujer encantadora y brillante a la que voy a querer siempre.

Hubo también en ese tiempo rachas muy difíciles económicas en las ventas de los muebles, y ciertamente éramos muchos los que dependía de ello para nuestro sustento mensual. Así que no puedo dejar de mencionar una maravillosa idea de mi querida amiga Lety Castillo, cuando en ese lapso tan dificultoso se le ocurrió ir a la pequeña ciudad de Anáhuac para vender muebles a los empleados de la “Compañía Celulosa de Chihuahua”.

Fuimos juntas a hablar con el Sr. Gastón Guglielmina, un excelente hombre de nacionalidad italiana, quien había sido vecino de mi familia durante nuestra niñez y quien para ese entonces era el Director de esa empresa. A él le solicitamos la autorización de la venta de muebles a los empleados de esa Compañía. Y tuvimos tal suerte que él aceptó con gusto nuestra proposición.

Lety además consiguió dos cosas fundamentales para nuestro traslado: La primera fue lograr que tuviéramos hospedaje en una pequeña casita adjunta a la iglesia de Anáhuac ,que generosamente nos prestó el Padre Camilo Daniel Pérez. Y la segunda fue contactar con el Sr. Guadalupe Piñón quien era el Secretario General del Sindicato de la empresa Celulosa para que se nos permitiera vender los muebles a los empleados a través de descuentos por nómina.
Fue asombroso el interés de los empleados por adquirir sus muebles, así que telefónicamente nosotras les avisábamos a la oficina de La Mueble en Chihuahua para que se realizara la producción de tantos pedidos. Y ciertamente los muchachos en el taller no daban abasto con tanto trabajo.

Por otra parte el Sr. Piñón (Secretario del Sindicato de Celulosa) amable y generosamente nos prestó una troca vieja de su propiedad para que pudiéramos trasladar los muebles y entregarlos en sus casas. Solo que había un problema: La troca, que era automática, solo le funcionaba el control de velocidades en “Drive” para desplazar el vehículo hacia adelante, pero no funcionaba la “Reversa” para poder dar marcha atrás. Así que al manejar debíamos de cerciorarnos no transitar en una calle cerrada, porque entonces ni con tractor nos podían sacar.

Esta actividad de ventas de muebles en Anáhuac fue todo un éxito, y finalmente la Mueblería del Pueblo se recuperó económicamente en muy corto tiempo. Y para nosotras, Soco, Lety y para mi, fue una experiencia de la que disfrutamos en grandes, con muchas risas y nuevos amigos.

Nunca olvidaré que en la Mueble no todo era trabajo. Era también todo un mundo de risas continuas a través de las ocurrencias, bromas y puntadas de las que cada uno de nosotros disfrutábamos en grandes. Era tan estimulante ir a trabajar, que yo presurosa me levantaba desde muy temprano para acudir a ella, porque cada día era distinto.

También se me viene a la memoria que se organizaban varios convivios a donde íbamos todos los integrantes de La Mueble junto con sus familias, esposas, hijos, padres, amigos de la Colonia Lealtad II y del Taller de Herrería. Cada uno llevábamos comida preparada para compartir con todos en algún lugar de recreo. Uno de ellos fue el viaje a Recowata, en la Sierra Tarahumara, donde nos trasladamos en un enorme camión de ganado que La Cuata consiguió con su padre Don Lorenzo Pérez. Acampamos en este bellísimo lugar al lado de las aguas termales, y tocábamos la guitarra hasta muy noche. Otro convivió más fue la “Bicicleteada” que hicimos a la localidad de Lázaro Cárdenas, donde vivía un hermano de Lety Castillo junto con su familia. Ese fue un Día de Campo padrísimo, donde los muchachos se trasladaron en bicicletas, mientras mujeres y niños lo hicimos en el mismo camión de ganado del padre de La Cuata.

Recordaré siempre a tanta gente querida de “La Mueble”. Así que no puedo dejar de mencionar el nombre de cada uno de ellos: María Luisa Pérez “La Cuata”. Humberto Lozano “El Flaco” y Leonel Carrillo López “El León” quienes fueron algunos de los magníficos fundadores de esta empresa social. Lety Castillo Márquez. Socorro Márquez de Armenta y sus hijos Ory y Aby. Arturo González Hernández “El Foco”. José Luis González Hernández “El Pere”. Nuestro querido amigo Jaime Vázquez “La Libre” quien fue un genuino y extraordinario hombre con un gran sentido del humor. Adolfo Decanini “Chip”. Mario Decanini. Pancho Romero. Las bellísimas mujeres Julia Miranda y Jaqueline Durán. Manuel Sifuentes. Lorenzo Hernández “Lencho”. Juan Cruz. Reynaldo Padilla Lara “Mateo”. Prisciliano Domínguez “ El Prici”. Martín Sierra Jáquez el extraordinario “Maestro Martin”. Rafael Gastelum “El Viky”. Y José Reydecel Calderón Ochoa. Pido disculpas si me falla la memoria y me faltó alguien.

Como señalé en un inicio, mi estancia de trabajo fue de tan solo 1 o 2 años. Luego salí de La Mueble porque la vida me deparaba otros rumbos, otros trabajos, y nuevos cariños. Pero agradeceré siempre a Dios por haber coincidido con gente tan valiosa, humana, solidaria y quienes de distinta forma marcaron cariñosamente mi camino.
La vida nos hizo como una familia grande y extensa, sin parentesco consanguíneo alguno, pero si con lazos de amistad bien arraigados en el corazón.

Los abrazo con muchísimo cariño a todas y todos.

Lore Servín.
Chihuahua, Chih. Agosto del 2021